Gestión de equipos según el Dragón

Habiendo ido Confucio al reino de Chow para oír la opinión de Lao Tse acerca de los ritos, Lao Tse respondió:

Los hombres de los que tú hablas han muerto, sus huesos se han convertido en polvo y hoy solo quedan sus palabras. Cuando el sabio encuentra tiempos favorables, se adelanta; en caso contrario anda errabundo por aquí y por allá. Según mi parecer, óptimo mercader es quien cargado de riquezas siempre parece pobre; sumo sabio quien por su perfecta virtud semeja un tonto. Deja estar tus vanos espíritus, tus muchos deseos, tus formas exteriores y tus licenciosos propósitos. Son cosas que no te podrán servir. Esto es cuanto puedo decirte.

Al regresar Confucio junto a sus discípulos, estos le preguntaron acerca de Lao Tse. Confucio declaró:

Los pájaros vuelan, los peces nadan, los cuadrúpedos corren. Al que corre se le agarra con red, al que nada con una línea, al que vuela con un arco. En cuanto al dragón, que se eleva hacia el cielo llevado por el viento y las nubes, yo no sé como se lo puede coger. He visto a Lao Tse; él se parece al dragón.

En 1939, el poeta alemán Bertolt Brecht “imaginó” como se había producido la escritura del Tao Te King, la obra magna de Lao Tse:

A los setenta años, ya achacoso,
sintió el maestro un gran ansia de paz.
Moría la bondad en el país
y se iba haciendo fuerte la maldad.
Se anudó los zapatos.

Empaquetó las cosas necesarias.
Pocas. Pero algo había de llevar.
La pipa en que fumaba cada noche.
El libro que leía a todas horas.
Algo de blanco pan.

Gozó mirando el valle, y lo olvidó
cuando la senda comenzó a ascender.
Rumiaba el buey, alegre, hierba fresca
mientras llevaba al viejo.
Porque no iba demasiado deprisa.

Caminó cuatro días entre peñas
hasta que un aduanero lo detuvo.
«¿Alguna cosa de valor?» «Ninguna.»
«Es un maestro», dijo el joven guía
del buey. Y el aduanero comprendió.

Y el hombre, en un impulso afectuoso,
preguntó aún: «¿Qué ha llegado a saber?»
Y el muchacho explicó: «Que el agua blanda
hasta a la piedra acaba por vencer.
Lo duro pierde”.

Aprovechando aquel atardecer,
tiró el guía del buey y sdiguieron viaje.
Ya se perdían tras de un pino negro
cuando el buen aduanero los alcanzó.
«¡Esperadme!», les gritaba.

«Dime otra vez eso del agua, anciano.»
Se detuvo el maestro: «¿Te interesa?»
«Soy sólo un aduanero», dijo el hombre,
«pero quiero saber quién vencerá.
Si tú lo sabes, dímelo.

¡ Escríbemelo! ¡ Díctalo a este niño!
No lo reserves sólo para ti.
En casa te daré tinta y papel.
Y también de cenar. Yo vivo allí.
¿Aceptas mi propuesta?»

Examinó el anciano al aduanero:
chaqueta remendada, sin zapatos,
viejo antes de llegar a la vejez.
No era precisamente un triunfador.
Murmuró: «¿Tú también?»

Había vivido demasiado para
no aceptar tan amable invitación.
«Quien pregunta, merece una respuesta.
Detengámonos ahí», dijo en alta voz.
«Hace ya frío», lo apoyó el guía.

Echó pie a tierra el sabio de su buey.
Escribieron durante siete días
alimentados por el aduanero,
quien maldecía ahora en voz muy baja
a los contrabandistas.

Una mañana, al fin, ochenta y una
sentencias dió el muchacho al aduanero.
Y, agradeciéndole el pequeño don,
se perdieron trás del pino negro.
No es fácil encontrar tanta atención.

No celebremos, pues, tan sólo al sabio
cuyo nombre en el libro resplandece.
Al sabio hay que arrancarle su saber.
Al aduanero que se lo pidió demos gracias pues.

Lo que el aduanero de Bertolt Brecht consiguió arrancar a Lao Tse fue un pequeño texto. Poco más de 5.000 carácteres de caligrafía china en verso, de difícil interpretación y aún más difícil traducción. Compacto, oscuro y enigmático. Sin ningún tipo de divisiones ni signos de puntuación. Absolutamente nada que hiciera rígida su ordenación. Ninguna de las versiones de la época conserva el mismo orden o el mismo número de carácteres. Muchos símbolos caligráficos antiguos han ido sustituyéndose por otros más modernos, variando ligeramente su significado. Algunos, en un esfuerzo de sistematización, han dividido el texto en dos partes, otros, en 81 capítulos o sentencias. La número 36 reza:

Si quieres que algo se contraiga primero debes dejarlo extenderse
Si quieres que algo se debilite primero debes dejarlo hacerse fuerte
Si quieres que algo caiga primero debes ponerlo en alto
Para poder recibir tienes que haber dado antes
Esto se llama Conocimiento
Lo blando y lo frágil vencen a lo duro y a lo fuerte
Los peces deben ser dejados en lo profundo de las aguas
Las armas cortantes deben ser guardadas donde no puedan ser vistas

Más de 25 siglos han pasado. Lao Tse ha muerto, sus huesos se han convertido en polvo y, a pesar de todo, sus palabras han llegado hasta nuestros días:

Lo duro pierde.

Por David Blanco
Guardado en: Emprendedores, Frases | Sin comentarios » | 29 de Agosto de 2010

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